Días Especiales

Hay días que son especiales desde que te levantas. Días en los que sabes que nada puede ir mal… Son días en los que recuerdas momentos felices y tu imaginación vuela una y otra vez a aquel día, a aquel año donde todo en tu vida cambió para siempre.

Para mí el 25 de junio es un día especial, es el día en el que Álvaro me convirtió en madre y por muy mal que puedan ir las cosas no hay quien me quite la sonrisa de la cara y ni un momento este 25 de junio he parado de pensar «a esa hora lo cogí por primera vez en brazos», » a esta hora su padre me lo robó y se lo llevó a dar un paseo por el pasillo», «a esta hora llegaron a verlo mis hermanos»… Recuerdos que guardo como tesoros me asaltan una y otra vez.

Este año por fin Álvaro ha sido consciente de que era su cumpleaños y lo ha disfrutado al máximo y eso que no ha sido la gran fiesta o como lo ha bautizado mi señor esposo «la boda de Farruquito». Por la mañana su padre y yo lo hemos despertado a besos como todos los días y cantándole el cumpleaños feliz y después se ha ido muy contento a la guarde a celebrar su cumpleaños con sus amiguitos.

Cuando ha salido no paraba de contarnos su día: que le habían puesto una corona, que había soplado una vela él sólo, que había repartido las chuches entre sus amigos… A mi a las 11,20 justas me ha entrado una congoja por no poder abrazarle en el mismo momento en que nació, pero escucharlo después contar lo maravilloso de su día ha hecho que valga la pena estar separada esos momentos de mi príncipe.

Después nos hemos ido a la piscina con los primos, pero antes hemos hecho parada en casa de su amiguita Alejandra para que le de su regalo. ¡¡¡Libros de aviones¡¡¡ ¿Qué más se puede pedir? y en la piscina la abuela también nos ha dado otro regalo. Eso de tener tantos regalos en un mismo día casi lo vuelve loco. De hecho mi hermana lo llamó para decirle que quería por su cumple y le dijo que regalos ya tenía muchos. Dos regalos para un niño de tres años ya son muchos y eso que aún le faltaba el regalo de sus primos… Yo me derrito…

Por la tarde han venido los primos a casa y nos hemos comido la tarta que me ha llevado toda la mañana hacer porque el día que te tienen que salir las cosas perfectas, justo ese día, salen como les da la gana y el bizcocho sube más de la cuenta, el flan no espesa… Menos mal que en los días especiales todo se arregla. Y tras ponernos morados de tarta y que tres niños casi me desmonten la casa nos hemos ido a la fuente a jugar con globos de agua. Globos de agua que no me daba tiempo a llenar para tres primos a los que no les gusta jugar con los globos sino estrumpirlos contra el suelo para ver si se mojan…

Y en todo el día en el que Álvaro ha sido feliz porque ha soplado velas, ha recibido regalos y encima su primo mayor le ha dejado prioridad en casi todo porque «es su cumpleaños», yo he sido feliz no sólo viéndolo disfrutar sino rememorando aquel otro día especial de hace tres años cuando a pesar del cansancio, de los puntos y de todas las incomodidades que tiene una recién parida conocí al amor de mi vida y eso hace que año tras año me siga poniendo ñoña y siga pensando que hay días  que son especiales no por cómo fue el día en sí, sino por lo que significan para nosotros.